Paz, la llama doble

Desde chavo tengo yo una obsesión por Octavio Paz. No tanto por su poesía como por sus ensayos; no tanto por su figura histórica como por la leyenda… (O por su sombra y a los que cobija: prácticamente todo el consejo editorial y bastantes colaboradores de ‘vuelta’, ‘plural’ y ahora ‘letras libres’).

Sheridan va a sacar un libro sobre Paz y Elena Garro, que fue su primer amor (su primer amor serio al menos, según entiendo).
(Yo tengo el volumen compilado de las cartas de Paz a su amigo el poeta catalán Pere Gimferrer, y no me canso de admirar cómo puede ser tan familiar en el trato y tan sencillo sin dejar de lado un dominio completo del lenguaje, ni una sola mala palabra, ni una sola falla gramatical, y aún así, en perfección formal, se percibe la calidez…)

Leo el epílogo que publica antes de que salga a la venta el libro.

¡Interesantísimo!

O tal vez no sea adecuado describirlo así. El epílogo se basa en desmenuzar una obra de Paz sobre López Velarde, que trata del amor, y los paralelismos que hay entre la propia visión de Paz

sobre el tema:

<<«El camino de la pasión”, el ensayo que Paz dedica a López Velarde, es una pieza magistral de crítica literaria que puede leerse también como una suerte de autobiografía velada. En el drama del zacatecano, Paz encontró un espejo para entender sus propias pasiones y una idea del amor que evolucionaría de la posesión del otro a la aceptación de su libertad.>>

«De la posesión del otro a la aceptación de su libertad» es un lugar común, una obviedad. Y en eso radica su grandeza, a fe mía: que estamos siempre ciegos ante estas cosas de las cuales estamos tan cerca.

En la parte final del ensayo de Sheridan, dice él

<<López Velarde comete con Fuensanta el mismo error que él [Octavio Paz] con Helena: devaluar la posesión de su albedrío. Paz no valoró lo que en Helena había de insubordinación (en todos los sentidos): Helena no puede decir “soy tuya” sin mentir, pues ni siquiera es propiedad de sí misma. De ahí que su libertad, para desdicha de su amante, consistiese en huir, y Helena, como vimos en las cartas, siempre huye. El descubrimiento de su libertad, como se advierte en las cartas –sobre todo las de 1937– supuso reconocerla como mujer pero, a la par, perderla como su mujer. Por eso la libertad de la mujer es concurrente del amor en La llama doble: “la historia del amor es inseparable de la historia de la libertad de la mujer”. El dilema consiste en cómo obrar ante esa libertad.>> [énfasis mío]

Con la cercanía de las nupcias de O. creo que sería muy bueno tener en la lista de lecturas maneras «La llama doble», ¿o no, mis manes?